jueves, 9 de septiembre de 2021

EL ESPÍA DEL INCA

 

La novela El espía del inca (2018) se emparenta con el género de detectives, tal como afirman su autor y muchos críticos, porque el misterio a develar es la forma en que se concreta la muerte de Atahualpa. Desde el inicio de la novela, sabemos que se urde un plan para liberar al Inca, el cual tiene como protagonista al personaje principal de la novela: Yunpacha, el espía del Inca. En ese sentido, como lectores, nos mantiene en vilo saber ¿cómo es que pudo fracasar ese proyecto, si la estructura dirigencial incaica que muestra la novela es sumamente sofisticada y eficiente, capaz de esa y muchas otras proezas?

He empezado de manera abrupta esta breve reseña porque me parece que la reflexión previa permite comprender tanto los aciertos como las limitaciones de la novela de Rafael Dumett. Bruno Isla Heredia, en Lee por Gusto, ha identificado ciertas inconsistencias, sobre todo hacia el final de las 777 páginas (en la segunda edición de Lluvia Editores). Es cierto, la manera en que se responde a la pregunta planteada inicialmente, a nivel de actos concretos de los personajes, hacia el final de la historia, es desacertada. Sin embargo, si pensamos la pregunta en un sentido más amplio —¿por qué el imperio inca fue vencido?, ¿por qué se produjo la muerte de Atahualpa?—, la novela sí que responde y con creces. Pues recrea ficcionalmente la compleja estructura social, cultural, económica y política de las postrimerías del imperio incaico. A continuación, intentaremos clarificar los elementos subrepticios que ocasionan las inconsistencias del final y algunos cimientos que sostienen el magnifico mundo ficcional creado por Dumett, en diálogo con algunas reseñas publicadas en la red.


El espía del inca
es una novela épica, pero solo si entendemos este concepto en toda su complejidad actual, auspiciada por la sociedad del espectáculo. De allí, por ejemplo, que expresiones repetitivas, perífrasis, epítetos y frases formulaicas sean necesarios para otorgarle a la trama cierta sistematicidad que nos inserte al mundo ficcional, no de manera poética sino funcional. A esa especie de deícticos ficcionales, que nos insertan en el mundo representado, se suman una serie de motivos que son propios de ficciones occidentales y que, insertados en el mundo andino, logran que temas como el discurso del elegido, el espionaje, las intrigas palaciegas y el amor romántico no correspondido sirvan para decodificar los últimos años del incanato a los ojos de un lector moderno.

Es problemático asumir que los funcionarios incaicos tenían frases secretas para reconocerse mutuamente como ¿qué le dice el agua al acueducto?, guíame pero no interrumpas mi camino. No obstante, este recurso funciona durante la mayor parte de la novela y permite que la ficción haga lo suyo: develar aspectos cognoscitivos sustanciales a partir de un ordenamiento estético sugerente y efectivo. Así podemos entender las razones que ocasionaron la derrota del imperio incaico y la sempiterna multiculturalidad que ha existido en esta tierra incluso antes de la llegada de los españoles.  La recreación del enfrentamiento entre fuerzas “progresistas”, quienes deseaban reformas que disminuyan las diferencias entre clases, y “reaccionarias” que querían conservar sus privilegios dentro del incario es un tema fundamental. Podríamos decir que es el verdadero “asunto” detrás de la anécdota (la posible liberación de Athaualpa), pues permite entender el conflicto multicultural y el colapso del Incanato. Obviamente, un mundo ficcional representado no se sostiene sin protagonistas que vivan los hechos, y aquí Chalco Chima, Inti Palla y el propio Yunpacha nos regalan imágenes sugerentes que reconfortan el corazón y al mismo tiempo iluminan nuestro pasado.



No esta demás recalcar que el equilibrio (el cual se conserva durante la mayor parte de la novela) entre los distintos aspectos que acabamos de perfilar evidencia un trabajo inmenso. Esto convierte a El espía del Inca en una pieza importante de nuestra literatura, muy superior a los últimos “best sellers” peruanos. El problema es que ese equilibrio no se pudo mantener todo el relato. El diálogo armónico entre la actualización y puesta en valor espectacular de un momento histórico crucial a través de motivos contemporáneos y el correcto trabajo ficcional de temas históricos a través de personajes atractivos y verosímiles no resiste toda la historia. Por eso, percibimos que ciertos pasajes no aportan a la construcción de los personajes y otros develan inconsistencias respecto de motivaciones previas. Es como si conforme avanzaran los hechos, se fuera perdiendo cierta solemnidad, y esos “recursos espectaculares” se hicieran más evidentes. Esto ocasiona, indefectiblemente, que los personajes (entre ellos Atahualpa y Yunpacha) se desdibujen y sus acciones, hacia el final, justo en el momento más importante, pierdan verosimilitud y por lo tanto atractivo.      

   

martes, 17 de agosto de 2021

UNA POÉTICA DEL MAÑANA: TEORÍA LITERARIA DEL SIGLO XXI

 

Lo primero que se debe decir acerca del nuevo libro de teoría del profesor Miguel Ángel Huamán es que brinda lo que su título promete. Realiza una síntesis, que es también una propuesta, acerca de la actual constitución de lo Literario. Los pequeños ensayos tienen la peculiaridad de articular y al mismo tiempo divulgar distintas propuestas teóricas; de manera que, conocemos autores relevantes y accedemos a una visión panorámica del estado de la cuestión en el ámbito teórico, que no deja de lado los acuciantes problemas que enfrentamos como humanidad (lucha contra el calentamiento global y el individualismo exacerbado).  



A su vez, el libro analiza las implicancias hermenéuticas y críticas del nuevo marco teórico expuesto. ¿Cómo entender el fenómeno literario a la luz de las últimas reflexiones sobre su constitución ontológica?, ¿o deberíamos decir gnoseológica? Lo que está en juego aquí es la constitución real y efectiva de una nueva manera de concebir lo Literario. Una donde adquieran real trascendencia conceptos como “acontecimiento literario” y “crítica dialógica”. Durante la formación en el pregrado, estaba claro para muchos, al menos en un nivel intuitivo, que la interpretación no consistía solamente en la aplicación de metodologías o esquemas conceptuales. Eso, que era una intuición años atrás, ahora adquiere cierta rigurosidad a través del texto del profesor Miguel Ángel Human. En la misma línea, el II capítulo (“Marco teórico”) del libro La representación de la literatura en la ensayística de Mario Vargas Llosa¸ del profesor Javier Morales Mena realiza el mismo ejercicio: una síntesis y análisis de los principales aportes teóricos que piensan lo Literario desde un nuevo paradigma.


Como diría un catedrático decimonónico, la mesa esta servida y el camino trazado. En ambos libros reseñados existe una cuantiosa bibliografía que aborda esta “nueva constitución” del fenómeno literario, lo que se entiende ahora por teoría y sus relaciones con la práctica crítica e interpretativa.   

 

martes, 13 de julio de 2021

HUMANIDADES DIGITALES: UNA EXPERIENCIA

 

I

El reciente libro Humanidades digitales del profesor Miguel Ángel Huamán es una invitación a pensar, desde el contexto de la pandemia, cuestiones pedagógicas, políticas y literarias. Ello desde un horizonte humanista que ve en la educación y la razón critica una posibilidad de emancipación. En el libro existen aproximaciones fundamentales para toda persona interesada en la literatura y las humanidades; pero inscritas y asociadas al mundo educativo telemático, el cual se encuentra en plena vigencia. Así, son de un orden sustancial artículos como “El lenguaje como cognición”, “El lenguaje como cultura”, “¿Hay evolución en la literatura?” y “¿Cuán científica es la crítica literaria?”. Las ideas vertidas en estos textos son fundamentales para cualquier profesor de comunicación y literatura porque tratan conceptos teóricos y pedagógicos fundamentales y vigentes que son muy útiles si se quiere estar a la vanguardia en la práctica humanista y pedagógica.  

II

El humanismo expresado en los textos de Huamán es un punto de partida fundamental para entender el presente y el futuro del proyecto humanista, fraguado durante la modernidad, que ahora está sufriendo una reconfiguración total. No se puede pensar el posthumanismo, si no entendemos el lenguaje como cognición y como cultura. La nueva relación que el ser humano está construyendo con la técnica y el mundo tecnológico (infoesfera) nos obliga a pensar en un nuevo tipo de intersubjetividad; y, por lo tanto, en nuevos tipos de ética y moralidad que superen el determinismo moderno. Las ideas modernas nos conducen a una sustanciación, sea positiva o negativa, del ser humano que impide pensar el posthumanismo inminente que se aproxima. Pero no podremos entendernos inmersos en la inteligencia artificial y la hiperconectividad, si no nos deshacemos de la idea del mundo como representación, es decir, si no superamos la idea de que el lenguaje representa al mundo. Como plantea Huamán, se debe entender el lenguaje como cognición, es decir, debemos pensar el lenguaje como una “acción discursiva”, que remite siempre “al orden dialógico”, “al orden de la interacción social”, basada en el reconocimiento mutuo. Solo entendiendo el lenguaje de esta manera tendremos espacio para lo indeterminado, de manera que podamos escapar de la tiranía de los datos, la nueva religión creada en Silicon Valley.

  

lunes, 5 de julio de 2021

PROYECCIONES DEL CAMBIO CONSTITUCIONAL CHILENO


Dado que vivo en Tacna, ciudad austral del Perú que limita con Chile, he podido ser testigo de primera mano del, hasta hace poco, exitoso modelo económico chileno. Durante años, la sociedad peruana, influenciada por los políticos de turno, miró con recelo y envidia a su vecino del sur. En ese sentido, los presidentes que siguieron al dictador Alberto Fujimori intentaron emular a aquel que se hacía llamar el “oasis de Latinoamérica”. Se copió su sistema de pensiones, se copió su desregulación laboral, se copió su fanático afán por los TLC, en fin, se intentó copiar todo. Tanto es así que, del mismo modo que existió el “milagro chileno”; durante un breve tiempo, en la segunda década del siglo veinte, también se produjo el “milagro peruano”. Cada vez que se asomaba una opción distinta, la clase política peruana usaba como prueba fehaciente el modelo chileno para defender el statu quo neoliberal instaurado en los noventa.

Imagino que, al igual que en Perú, Chile ha sido el caballito de batalla de todas las derechas conservadoras latinoamericanas. Por un lado estaba Venezuela, “mira a donde te conduce el socialismo”; y por otro Chile, “mira a donde te conduce nuestro modelo”. De hecho, esa fue la fórmula que se utilizó en las elecciones peruanas del 2006 y el 2011.  Sin embargo, lo que en su momento fue un verosímil discurso conservador ya no surte efecto; pues, ahora, de la misma manera que podemos decir que el “socialismo” fracasó en Venezuela, podemos decir que el modelo neoliberal fracasó en Chile. Las repercusiones sociales y políticas que generará en los siguientes años lo que en su momento se llamó “el despertar del pueblo chileno” son difíciles de prever. Sin embargo, de lo que no existe duda alguna es que alterarán el espectro ideológico en la región. Pues, la palabra progresismo ya no será sinónimo de socialismo del siglo XXI, sino que también podrá asociarse a la nueva Constitución chilena ganada a pulso en las calles.

¿Cómo se llegó a esto? De lo que parecía el fin de la izquierda latinoamericana con las elecciones de Macri, en Argentina; Bolsonaro, en Brasil; Kuczynski, en Perú; y Piñera, en Chile; ahora esperamos expectantes la que quizás sea la primera Constitución latinoamericana progresista, inclusiva y popular del siglo XXI. Y Chile, así como eligió democráticamente al primer presidente socialista de Latinoamérica, ahora es el país que convoca a la primera Asamblea Constituyente paritaria con participación de ciudadanos ajenos al establishment político y una cuota para pueblos originarios. Solo esto es algo verdaderamente revolucionario en la política latinoamericana que siempre ha estado a cargo de políticos “profesionales” vinculados con las más altas esferas del poder. El hecho de que todo haya iniciado por el aumento del pasaje del metro nos obliga a repensar los procesos revolucionarios. Si algunos piensan que la revolución ya no sirve como un mecanismo de disrupción social, el caso chileno demuestra que están equivocados.  



Un fenómeno que parecía ser otra revuelta juvenil fue creciendo como una bola de nieve hasta poner en jaque al discurso hegemónico neoliberal y redefinir aspectos identitarios de la sociedad chilena. Todo esto en un país del que se pensaba había alcanzado el éxito gracias a la “mano dura” de Pinochet, y donde, al igual que en Argentina, la matriz cultural europea era hegemónica. En Chile, ha quedado claro que las cifras macroeconómicas no garantizan el desarrollo y que el mercado no puede regir todos los aspectos de la vida; pero, además, ha quedado claro que es necesario un reconocimiento a los pueblos indígenas; que un país caracterizado por su clasismo y autoritarismo convoque una Convención Constitucional en la que los pueblos originarios tengan voz y voto debería marcar un antes y un después en la historia política latinoamericana.

Recuerdo, regresando a mi lugar de enunciación, como trataban los carabineros (policía chilena) a las paisanas que viajaban a Arica o retornaban de allí. Cuando pasabas la frontera, la condición de peruano e indígena te hacía merecedor de un “trato especial” por parte de las fuerzas del orden chilenas. Por eso, no me sorprende la violencia institucional contra el pueblo Mapuche que ha imperado durante años en Chile. Visto desde el Perú, el discurso hegemónico neoliberal acreditaba la rigidez de los carabineros, esta era una especie de un emblema del progreso que había alcanzado el país del sur. Sin embargo, si prestabas atención podías notar que algo no andaba bien, el progreso económico que amparaba ese clasismo y racismo institucionalizados no era tal. Tacna era, antes de la pandemia, un gran centro comercial y de servicios para los chilenos. Ariqueños compraban todo en Tacna, desde joyas hasta papel higiénico, quizás esto no sea evidencia suficiente de la desproporción entre salarios y capacidad adquisitiva; pero que te resulte rentable viajar desde Santiago, ubicada a más de 2000 kilómetros de Tacna, para hacerte un chequeo dental en vez de hacerlo en tu propia ciudad sí era una evidencia palmaria del poder omnívoro que tenía y tiene el mercado en Chile.  

Tal como sucede en el Perú, el rol del estado en Chile se limita a garantizar la liberalización económica y financiera. Aspectos como la salud y la educación no son derechos fundamentales, sino que son regidos por la ley de oferta y demanda. Un sistema que reduce a su mínima expresión el rol social del Estado está condenado al fracaso. Eso ha quedado evidenciado no solo en Chile, sino en todo Occidente, primero con la crisis económica global del 2008, y ahora con la pandemia del COVID-19. El proceso reivindicativo y trasformador que está realizando el pueblo chileno es un síntoma más de que los tiempos han cambiado. El sistema neoliberal instaurado en Latinoamérica por el Consenso de Washington ha terminado. Los que auguraron el final de la historia luego de la caída del Muro de Berlín son vistos, desde este punto del siglo XXI, como prestidigitadores medievales. Quizás por eso, en Perú, la embajada estadounidense ha legitimado las recientes elecciones que declaran vencedor a Pedro Castillo (representante de izquierda que plantea la realización de una Asamblea Constituyente).










¿Habrá quedado en el olvido el tiempo en que Estados Unidos pensaba que América Latina era “su patio trasero” y la región tendrá más rango de acción para forjar su propio rumbo democrático? Sin duda China y su modelo económico estatal son una amenaza para Estados Unidos; este, como potencia en declive, deberá reconfigurar sus relaciones con países sobre los que antes ejercía un dominio total. Este escenario es apropiado para que América Latina construya un discurso que redefina su participación en eso que llamamos Occidente, de manera que los lazos neocoloniales aún vigentes cedan paso a una relación mucho más horizontal. En este decurso de sucesos el cambio constitucional chileno es fundamental porque oxigena el progresismo latinoamericano, y trascendental porque brinda un nuevo camino (del que todavía no vislumbramos su alcance) que podría ayudar a dejar atrás, esta vez sí, la dicotomía comunismo-capitalismo propia del siglo XX.

En ese sentido lo que se logre con la nueva Constitución chilena será importante no solo para Chile, sino para toda América Latina. A través de la reconfiguración del rol del Estado como proveedor de servicios y regulador del mercado, nos acercamos a un estado de bienestar que garantice una calidad mínima de vida y reduzca las diferencias sociales, y además recobramos autonomía frente al capitalismo trasnacional. A través del reconocimiento de los pueblos originarios, reivindicamos la identidad heterogénea de nuestros países, eso ayudará a articular una identidad regional robusta que nos permita enfrentar los discursos de las potencias hegemónicas. A través de la incorporación de derechos ambientales, nos ubicamos a la vanguardia de la lucha contra el cambio climático, amenaza latente para el futuro de la humanidad. Todos los logros que alcance a ver materializados el pueblo chileno serán una luz de esperanza para quienes aspiramos a un mundo menos desigual y más justo. Es auspicioso y emocionante ver como el pueblo unido y consciente continúa siendo un mecanismo de control del poder y transformación social. La historia no se detiene, aunque eso quisieran algunos, sino todo lo contrario, avanza cada vez más aceleradamente. 


martes, 22 de junio de 2021

CARTA PARA UN DINOSAURIO

 

Admirado Mario:

Llevo días pensando escribirte esta misiva que nunca leerás. Pido disculpas por adelantado si caigo en un patetismo extremo, pero esta es la única manera que tengo de lidiar con mis demonios, dado que todavía no tengo las condiciones materiales ni técnicas para escribir una ficción que sostenga y exprese todos los fantasmas que me agobian. Como a muchos de mi generación, tus novelas me convencieron de estudiar literatura y dedicar mi vida a la tirana pasión de la escritura. Aún recuerdo que leerte era lucha pero también goce, debía soportar con estoica actitud aquello que no entendía totalmente, y al mismo tiempo me alegraba con cada imagen o idea interesante que tus palabras sugerían.

Luego vino el inicio de mi aún incipiente formación y el descubrimiento del lado intelectual de tu obra, especialmente como columnista. Se percibía, en el ambiente académico ligado a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, una ira contenida, una especie de recelo hacia el Mario Vargas Llosa intelectual y político. Tus coetáneos te veían como un converso. La posibilidad de cambio que había significado para América Latina la Revolución Cubana, mediada por tus columnas, llegó a mí como un intento fallido (mas no por eso poco relevante) que derivó en un cruel autoritarismo. En parte, gracias a tus ideas políticas, pude darme cuenta de algo que es factible comprender si no estás cegado por una ideología dogmática: ninguna convicción política puede pasar por encima de la libertad y la vida.

Entonces, así como tus ficciones revelaron mi vocación, tus artículos políticos modelaron mi formación ideológica. Descubrí que el llamado Socialismo del Siglo XXI, principalmente en su faceta venezolana, era igual de autoritario y perverso que la dictadura fujimorista. Así, mientras muchos te consideraban un conservador, yo creía que defendías un auténtico liberalismo que aún hoy escasea en nuestro país. En ese periodo, enfrentabas tanto la corrupción de Alan García como los desvaríos y el autoritarismo de Hugo Chávez. No exagero si digo que mi formación política universitaria hubiera sido distinta sin tu influjo intelectual. Por todo eso, cuando ganaste el nobel, sentí una alegría inmensa. Tu triunfo fue una reivindicación de toda la literatura peruana para quienes no pensábamos que eras un reaccionario y entendíamos que las oposiciones dicotómicas (socialismo-liberalismo, sierra-costa, regionalismo-cosmopolitismo) eran inútiles y excesivamente reduccionistas.

Luego de la universidad, durante un breve periodo, fui activista, pues intuía (y quería llevarlo a la práctica) que los cimientos político-ideológicos que habían configurado el progresismo durante el siglo XX necesitaban ser revitalizados y actualizados. Fueron años de compromiso y mucho aprendizaje, reparé en la descomposición de los partidos políticos y en las desmedidas armas que tiene el neoliberalismo (policía, medios de comunicación, operadores políticos) para preservar el statu quo. Nos dimos cuenta que el sistema económico y discursivo instaurado por la dictadura fujimorista era culpable de los principales problemas estructurales del país. Se sigue, inevitablemente, que Keiko Fujimori y los poderes fácticos que ella representaba eran nuestro principal enemigo. 


El objetivo de toda una generación, en plena actividad en estos momentos, es destruir el legado de los noventa: corrupción institucionalizada, destrucción de las instituciones y mercantilismo económico. Durante los años que la señora ha hecho política hemos sido testigos de su catadura moral y lo poco que le importa el Perú, es claro que ella es el epígono maligno de su padre, creo que es imposible que ignores lo que representa. Para usar un adjetivo que alguna vez empleaste, la señora Fujimori encarna una derecha cavernaria que debería quedar enterrada en el siglo XX. Hoy, te leo, y quiero comprender el miedo que tienes al profesor Pedro Castillo. Es imposible que no sepas todo el daño que Fujimori le ha hecho al país; es imposible que ignores las mentiras, sinsentidos y verdaderos motivos detrás de ese supuesto fraude que alega. Para quienes alguna vez te creímos un librepensador, tu postura adocenada, tan alineada a los intereses de la hija del dictador es un ataque a la moral, un golpe bajo. 

No quiero pensar que los lujos, la distancia que te separa del Perú y el acceso a un mundo estratosférico, al que ningún escritor peruano puede acceder, han aclimatado tu espíritu disidente. Tampoco es posible que tengas una lectura errada de la realidad; es decir, no creo que ignores la naturaleza misérrima y putrefacta de Fujimori. Mi hipótesis es la siguiente: Creo que la historia te ha sobrepasado, sigues creyendo en el mito del progreso instaurado por la modernidad y en que solo existen dos caminos, tal como ocurría en el siglo XX. No crees en la posibilidad de un nuevo camino, en la autonomía vital de un profesor provinciano. Tu formación, tan ligada a la academia europea, esa que siempre te ha orillado a pensar de una determinada manera el tema indígena, te impide pensar que un peruano del ande sea creación heroica, en vez de calco o copia.  

Escucho tus entrevistas, leo tus columnas y lamento que hayas decidido entrar al panteón antes de tiempo.  A pesar de haber escrito novelas descomunales, al final de tus días no eres más que otro periódico chicha o programa periodístico subordinado al fujimorismo. Es triste. Me hubiera gustado entrar de la mano contigo al siglo XXI, no hacía falta mucho, hubiera sido suficiente que no te prestaras a alimentar el discurso de odio que está empantanando al Perú en estos momentos. Al ver lo que está pasando, es imposible no pensar que todavía existe un “ellos” en oposición a un “nosotros”, una “sierra provinciana” en contra de una “costa occidental”, un regionalismo que significa “el atraso” en contra de un cosmopolitismo que es “el progreso”. Para quienes nos dedicamos a la literatura, ver recrudecer dicotomías tan obsoletas, que solo nos conducen al caos y atrasan más nuestro desarrollo como república es penoso; y que tú hayas ayudado a crear este escenario da la razón a quienes piensan que eres un reaccionario y deja sin argumentos a los que alguna vez creímos en ti.

 

Tacna, 22 de junio del 2021

miércoles, 27 de noviembre de 2019

ALGÚN DÍA ESTE PAÍS SERÁ MIO (2018)


“Ser cholo era asumir la culpa de todas
 las desgracias del país y del mundo”
p. 121.

Lo primero que me llamó la atención de esta novela, escrita por Sergio Galarza, fue el título. (¿Algún día este país será mío?) De alguna manera intuía que la historia abordaría la búsqueda de identidad en este país culturalmente fracturado. Y si bien la ficción confesional construida no aborda directamente este tema, sí lo toca tangencialmente. Es cierto, el título desiderativo no quiere trabajar el tema de la identidad; y expresa, más bien, el deseo de conseguir el éxito por parte de dos jóvenes diametralmente opuestos. Sin embargo, esto es, mal que bien, finalmente una manera, aunque distorsionada, de buscar pertenencia.

La novela intercala pasajes confesionales en primera persona, y narraciones en tercera persona de la etapa escolar de dos personajes: Olaya, quien posteriormente se convertirá en Zeta—mejor amigo del protagonista— y Chullo, el protagonista, quien narra las partes confesionales, a modo de una confesión de parte para Zeta. El libro es una revelación. Chullo, en la etapa escolar, era un matón, no obstante luego cambian y descubre su verdadera identidad. Y Olaya, que era un lorna en la escuela, posteriormente también cambia y se convierte en un racista reaccionario. La historia analiza, a través de la confesión de Chullo, la imposibilidad de esta contradictoria amistad.


Lo que sigue es predecible. Olaya alcanza el éxito económico y social: logra su objetivo; en cambio, Chullo, nuestro protagonista, aspirante a escritor y consecuente hombre de izquierda, debe conformarse con ser un empleado asalariado. Si bien estos desenlaces son esperados, el mérito de la novela es que nunca los esconde, pasado y futuro siempre están presentes en la construcción de los personajes.

Por esta entre otras razones, no todo es dicotómico en la novela y esto hace su lectura interesante. Así, se revelan las estructuras jerárquicas y clasistas que imperan en Lima en los noventa y se complejiza la manera en que se ficcionalizan personajes de distintos estratos sociales. Otro elemento interesante es el tratamiento de lo masculino o de lo que podríamos llamar la inflexible y cruel camaradería varonil. Se recrean momentos escolares que todo hombre nacido antes del siglo XXI ha vivido. Momentos donde la violencia tenía un rol protagónico debido a la sociedad totalmente patriarcal en la que vivíamos.  

A pesar de todos estos méritos, pareciera que estamos ante lo que pudo ser una novela mucho más ambiciosa. Hay muchas referencias a la cultura pop, aunque estas declinan conforme avanza la narración. Las referencias a la realidad política o social de los 90 a veces no se justifican y pareciera que están allí no como un trasfondo necesario sino como una decoración oportuna. Y si bien se describe la Lima tóxica y clasista, estamos ante una descripción muy superficial y somera. Se siente que se pudo haber realizado algo mucho más profundo; pues la manera como están articulados los sucesos (la estructura en general) es harto compleja e interesante, y, por lo tanto, pudo haberse aprovechado mejor.  

viernes, 15 de noviembre de 2019

LOS TUPAC AMARU 1572-1827


Luego de leer Los Tupac Amaru 1572- 1827 de Omar Aramayo, es imposible no odiar a España, pero, sobre todo, no odiar la forma en que nació la república del Perú: negando todo reconocimiento y derecho a los elites indígenas en aras de una supuesta igualdad ciudadana que nunca llegaría. Los europeos no iban a aceptar jamás que existieran reyes indianos, y los criollos y mestizos tampoco.

El suplicio de los Tupac Amaru, recreado por Aramayo, permite imaginar lo descabellado que pudo parecer la propuesta de San Martín… ¿Una monarquía constitucional?, ¿un Inca como rey? Hay cosas que jamás podrán ser, al menos no en esta era occidental de la historia. No por nada los retratistas aclaran la piel de San Martín, cuando a sus espaldas sus adversarios políticos lo llamaban “negro”, palabra que hasta hoy tiene una carga peyorativa y racista en Argentina.  


Los Tupac Amaru puede ser vista como una novela histórica. Sin embargo, a mi entender, eso no es relevante. Poco importa si los hechos que narra son verídicos o no, si se exageran o no; incluso, no interesa si estamos ante una ficción debidamente documentada… Pues el compromiso de verosimilitud que asuma el lector con la novela dependerá de su ideología, de su idiosincrasia, de las ideas más profundas e inmarcesibles que haya forjado a lo largo de su vida.

La novela describe el proceso revolucionario indígena más importante de la historia y los vejámenes inenarrables con que respondió la corona española. Estamos ante una historia épica, de dimensiones colosales. Es una gran novela, que aspira a la totalidad. Además, bebe de la tradición oral. Esta conduce el decurso de los hechos históricos, apelando a un lenguaje poético y arriesgado. Por eso, a quien no conozca verdaderamente esta veta de nuestra literatura, le será muy difícil abordar este gran proyecto narrativo de Aramayo. Su obra aspira a la trascendencia, no es un libro para neófitos.


En ese sentido, Los Tupac Amaru es una novela fundamental. Permite comprender la naturaleza de la relación entre lo occidental y lo andino, y los elementos implicados en esa problemática: la religión católica, el problema de la tierra, el sentido de la aristocracia en el Perú, la minería, el proyecto de nación, la naturaleza del racismo, las connotaciones de la palabra indio —las cuales, es necesario recalcar, se reconfiguran luego de conocer de cerca la gesta de los Tupac Amaru— y muchos otros aspectos más que escapan nuestro análisis. A su vez arroja muchas preguntas: ¿Desapareció todo vestigio de esa elite indígena liderada por los Tupac Amaru en 1821, año de la independencia peruana?, ¿queda algún rastro de esa liminal aristocracia indígena precursora de nuestra “independencia” y de un proyecto de nación para el Perú? De cara al Bicentenario, es necesario leernos en Los Tupac Amaru, porque nos recuerda las fisuras gracias a las cuales supervive este país.